Artículo de opinión de Andoni Txasko y Lander García – Martxoak 3 Elkartea
Con la masacre del 3 de marzo se escenifica la transición en Zaramaga; con la sangre de Pedro María, Romualdo, Francisco, José y Bienvenido se marcan los límites del cambio pilotado por las élites franquistas. Las multitudinarias manifestaciones que recorren la ciudad al grito de “muertos obreros, el pueblo os vengará” no auguran años de paz. El barrio pronto vuelve a ser escenario de muerte.
Zaramaga no es un barrio más de Vitoria-Gasteiz y el 3 de marzo no es un día cualquiera en el calendario. En 1976, las balas disparadas por la policía marcaron con sangre nuestra historia; han pasado 37 años y la herida sigue abierta. Una de tantas que espera ser cerrada.
Un barrio obrero construido en la noche oscura del franquismo que paradójicamente nace junto a un cementerio: Santa Isabel, el punto de partida de este recorrido por las venas abiertas de Zaramaga. El muro trasero de este camposanto fue el paredón vitoriano durante los años de terror con los que se impuso la dictadura. Entre 1936 y 1940, más de 300 personas fueron asesinadas por la represión franquista en Araba, de los cuales al menos 23 cayeron fusilados en Santa Isabel. Estepan Urkiaga “Lauaxeta”, Alfredo Espinosa o José Placer, son algunos de los nombres de los que aquí murieron por defender la democracia republicana, la justicia social o la libertad del pueblo vasco. Unas ideas que, a pesar del genocidio ideológico y la vulneración sistemática de derechos que impuso el régimen de Franco, nunca desaparecieron y volvieron a brotar con fuerza.
El joven barrio de Zaramaga no fue ajeno a este despertar y muchos de sus nuevos habitantes, que habían crecido jugando a escasos metros del lugar que vio morir a tantas víctimas del fascismo, acabaron luchando contra el Estado franquista. Es el caso de Jesús Mari Markiegi, “Motri”. Su historia es la de muchos jóvenes vascos que han pagado con su vida el compromiso revolucionario de luchar por la libertad. Motri murió en Ajangiz (Bizkaia), acribillado por la Guardia Civil en una sangrienta operación en la que también mataron en Gernika a Blanca Salegi e Iñaki Garai. Era primavera de 1975, durante el estado de excepción declarado por el Consejo de Ministros de la dictadura. Zaramaga, desafiando a la autoridad franquista, acogió un multitudinario funeral en la iglesia de Belén para despedir a su joven vecino. Estos hechos fueron el trágico preludio de otras 10 muertes en el barrio como consecuencia de diferentes expresiones de violencia política.
Pocos meses después, en un contexto marcado por las expectativas abiertas tras la muerte de Franco, 1976 comienza en la capital alavesa con un conflicto laboral que va a desembocar en un gran movimiento huelguístico asambleario que se extiende por toda la ciudad. Para poner fin a esta exigencia de derechos y libertades, funcionarios del Reino de España cuya corona era y sigue siendo Juan Carlos de Borbón, perpetran el mayor ataque de la historia reciente contra la clase trabajadora vasca: 5 obreros asesinados y decenas de heridos de bala. Con la masacre del 3 de marzo se escenifica la transición en Zaramaga; con la sangre de Pedro María, Romualdo, Francisco, José y Bienvenido se marcan los límites del cambio pilotado por las élites franquistas. Las multitudinarias manifestaciones que recorren la ciudad al grito de “muertos obreros, el pueblo os vengará” no auguran años de paz. El barrio pronto vuelve a ser escenario de muerte.
En marzo de 1978, ETA mata por primera vez en Vitoria-Gasteiz y lo hace en Zaramaga, ametrallando a cinco policías con un balance final de tres muertos: Miguel Raya, Joaquín Ramos y José Vicente. Todo ocurre junto a la iglesia del 3 de marzo, coincidiendo con el segundo aniversario de la matanza de 1976. El funeral se celebra en un clima de gran tensión, entre gritos de “Ejército al poder” y “Franco resucita, España te necesita” en la catedral que había inaugurado bajo palio el mismo dictador apenas 9 años antes. Esta demostración de fuerza de la ultraderecha vitoriana no es el único reconocimiento que se les ha rendido en la ciudad a estos tres policías. En 2007 el Ayuntamiento colocó una placa en su honor en la misma calle de Zaramaga donde murieron tiroteados. Hasta la fecha esa es la única aportación institucional a la memoria del barrio, pero no hay más que cruzar la calle para comprobar que la fotografía del sufrimiento es más compleja.
A sólo 50 metros del lugar del atentado de 1978, en agosto de 1979 ocurrió el conocido popularmente como “crimen del Bar Las Vegas”. En este caso las dos víctimas murieron por los disparos del arma reglamentaria del policía nacional Antonio Macías. El agente, en estado de embriaguez había sido expulsado del local pero volvió para matar al propietario del establecimiento, Justo López de Zubiria, y a Félix Mingeta, un cliente que intentó impedirlo. Así acaba la secuencia mortal 1976-1979 que sacudió Zaramaga y que deja en carne viva toda la impactante realidad que la versión oficial tantas veces trata de ocultar. 10 muertos en menos de cuatro años. Heridas abiertas de un conflicto que continuó. Los años 80 trajeron más dolor al barrio y la injusticia se volvió a cebar con la misma familia. En 1986, 7 años después de que su padre muriera tiroteado en el bar Las Vegas, Gaizka perdió un ojo por un pelotazo de goma disparado por otro policía. Era en el transcurso de una carga para disolver una manifestación, una escena habitual de una época convulsa marcada por la guerra sucia, la represión, múltiples atentados… años en los que también se diseñó una política penitenciaria para los presos vascos que todavía hoy sigue afectando a Zaramaga.
Son muchos los vecinos del barrio que han sido encarcelados o han huido al exilio por razones políticas. De los que siguen actualmente privados de libertad, los más veteranos son Josu y Emilio. Josu lleva más de 27 años en prisión, que son casi los mismos que lleva Emilio deportado en el archipiélago africano de Cabo Verde. Cuando estos vecinos fueron alejados a miles de kilómetros del barrio, otros como Iker, Jokin o Ibai sólo eran niños o ni siquiera habían nacido; sin embargo ahora también están encerrados.
Jóvenes obligados a crecer demasiado rápido, como Ibai, que a sus 25 años ya conoce varias cárceles francesas y españolas. En 2001, con sólo 14 años, ya escuchó en boca de su hermano uno de los capítulos de la novela más negra que ha escrito nunca la tortura en Vitoria-Gasteiz. Relatos similares a los del resto de gasteiztarras que fueron incomunicados aquel verano, que sólo en Zaramaga tuvo un balance de cinco detenidos. Una operación que dejó muchas heridas abiertas pero también una fotografía de otro de los arrestados, Unai Romano, que ilustrará para siempre la denuncia internacional contra la tortura.
En Zaramaga se acumulan años de prisión con muchos kilómetros de distancia y también se dan ironías grotescas de la política penitenciaria. Son historias de un barrio donde la denominación de las calles se ha ordenado por temas como las cuadrillas alavesas o los puertos pertenecientes al territorio (Azazeta, Urkiola, Herrera o Barazar). Jokin es vecino de la zona de calles con esos nombres de puertos alaveses y está actualmente cumpliendo condena en Puerto de Santa María (Cadiz)… la dispersión es otra herida abierta que sigue pendiente de cicatrizar.
Hoy es 3 de marzo y las personas asesinadas y represaliadas en aquella masacre de 1976 al igual que las antes citadas, son algunas de las piezas que componen el puzzle de la realidad de este barrio, de este pueblo. Son venas abiertas de Zaramaga que si de verdad queremos cerrar, es imprescindible reconocer que existen. Todas sin exclusión alguna. En este camino cada uno tendrá que asumir su responsabilidad. Mientras algunos lo están haciendo, sigue pendiente el reconocimiento del daño causado por parte del Estado y sus estructuras. Hasta que eso no ocurra, Zaramaga seguirá sangrando, pero también seguirá trabajando para contribuir, en lo que le toca, a cerrar todas las venas abiertas de Euskal Herria.