En defensa de la Humanidad: hacia un Socialismo del Siglo XXI
Intervención: Amparo Lasheras, periodista.
Algunos intelectuales sitúan el comienzo del fin de las ideologías después de la II Guerra Mundial, en la década de los 50. Pero es ahora en el siglo XXI, cuando el sistema, es decir el capitalismo y sus teóricos, se esfuerzan en convencernos de que las ideologías han muerto, que definitivamente han sido destruidas. Con la inestimable ayuda de los medios de comunicación, nos quieren convencer de que se puede ser de derechas creyendo que se es de izquierdas, y de izquierdas, siendo en realidad un burgués postmoderno.
Vivimos tiempos convulsos y también confusos y, sobre todo, vivimos tiempos despiadados para las clases más débiles del sistema y, también, para los que todavía pensamos que no podemos sustentar nuestros ideales sólo en la autocrítica o abandonarlos en el automartirio de la derrota; que es, ahora, cuando tenemos la obligación de luchar y de trabajar para cimentar un futuro mejor que devuelva a los pueblos y a los trabajadores las riendas de su propio devenir.
Ante todo, me gustaría aclarar que soy una mujer, vasca y periodista que observa y narra el mundo que le rodea, uniendo el oficio de escribir al maravilloso oficio de vivir sobre el que tan acertadamente escribió Cesare Pavese. No creo y nunca he creído que las ideologías hayan muerto. Pienso que, hoy, más que nunca, las ideologías permanecen, que existen, y además tenemos el deber de hacerlas vivir. Lo que ocurre es que unas, las que hoy conforman el neoliberalismo y todo el caos económico, financiero especulativo, individualista, consumista, sexista, belicista y racista que de él se derivan, prevalecen sobre las otras, las de todos los pensadores que, desde la caída del Antiguo Régimen, y después de la Revolución Industrial del siglo XIX han contribuido a trasformar el mundo y, en especial, me quiero referir a Marx y Lennin.
En los últimos 30 años, la ideología capitalista se ha fortalecido y ha ganado la batalla del presente a la ideología de la izquierda, en parte, con la ayuda de las interpretaciones más moderadas del socialismo y el comunismo como la socialdemocracia o lo que en su día se bautizó como eurocomunismo, siempre a la sombra de los Estados y las democracias representativas, gestionadas y dirigidas por el propio capitalismo.
Hoy, la sociedad se encuentra en plena aceptación del agobiante mundo feliz que Aldous Huxley describió en 1932: una dictadura con apariencia de democracia, en un sistema de esclavitud, donde gracias al consumo y el entretenimiento, los esclavos aceptan felizmente su opresión
Pero también estoy convencida, tal vez porque lo considero una necesidad de supervivencia ideológica, que ante el análisis de una realidad tan desoladora no PUEDE NI DEBE CABER la sensación de derrota. El trabajo colectivo e individual para cambiar esa dinámica de confusión de valores y de explotación es arduo pero no imposible. Sólo tenemos que rescatar de la historia aquellas ideas que un día se enfrentaron al pensamiento establecido y dieron a la humanidad la posibilidad real de organizar las relaciones económicas, sociales, políticas y humanas en estructuras igualitarias. Para mí, las ideas que nos pueden marcar las acciones de cambio para ganar el futuro siguen estando, como he nombrado antes, en las teorías de Marx, de Lennin, y en las experiencias revolucionarias de hombres como Ernesto Che Guevara, Castro, Allende, o, en Brasil, Paulo Freire con su proceso de alfabetización. Todos creyeron en ellas, las interpretaron y las materializaron de acuerdo con las exigencias y las características de los pueblos a los que pertenecían y de las clases más explotadas.
Estamos en un momento de grandes contradicciones capitalistas y es urgente realizar un esfuerzo por romper el discurso actual y recuperar la esencia ideológica de esos procesos revolucionarios, para después articularla y proyectarla conforme a la realidad que, como clase y como pueblo, nos ofrece el siglo XXI.
Cuando el cabello se vuelve blanco una toma conciencia de que ha vivido. De repente, se da cuenta de que posee una vida, llena de experiencias de las que todavía se puede aprender algo. El escritor Jack Keruac, líder de la generación Beats, en los años 50, lo expresó con claridad: VIVE TU MEMORIA Y ASÓMBRATE. Esa capacidad de asombro ante lo vivido es lo que todavía puede agitar nuestra audacia y nuestros ideales y nos hace enamorarnos del futuro.
Cuando miras atrás y observas la vida, compruebas que eres lo que tu tiempo ha sido. Eres la consecuencia directa de una elección ideológica, en un momento y en un pueblo determinado, en un conflicto de clases permanente y cambiante a la vez.
Por eso, creo que el lema de estos encuentros invita a un análisis profundo de las elecciones y experiencias, sociales o políticas, vividas desde la perspectiva revolucionaria. Tiene que ver con volver a creer en una posibilidad real de transformación de la realidad. Creo que recuperando la práctica de la lucha ideológica del marxismo y el convencimiento de “poder lo imposible” del socialismo utópico, podremos construir los cimientos del socialismo del siglo XXI y, así, enfrentarnos al pensamiento único del actual neoliberalismo económico y del neofascismo político y social que nos invade. El ser humano, como dicen algunos, es imprevisible, por eso existen los poetas y los revolucionarios y mientras exista esa chispa de espontaneidad revolucionaria que defendía Rosa Luxemburgo, se podrán romper las dinámicas opresoras, elegir la libertad en lugar de la seguridad y construir realidades diferentes a la actual.
Pertenezco a la generación que creció con el franquismo, a una generación de silencios y de preguntas, a la que le obligaron a vivir con el conformismo de la corrección moral y política, impuesta por las normas de la burguesía franquista que se hacía poderosa en una postguerra, donde las ideas se redujeron a un acto de obediencia, sumisión y miedo.
Pero también pertenezco a una generación de hombres y mujeres que escaparon de la angustia, de la sombra de una muerte cargada de derrota para descubrir en algún lugar incierto de nosotros mismos la rebeldía de un futuro cargado de valentía. De nuestros abuelos y padres heredamos un patrimonio de silencio, pero también, de esperanza, de dignidad. Con ese bagaje, construido con vidas silenciadas pero nunca olvidadas, con ideas prohibidas y a veces mal aprendidas, siempre dichas en voz baja, un día quisimos cambiar el mundo e hicimos de ello una manera de vivir.
A los hijos e hijas de los que perdieron la guerra, el franquismo nos arrebató el brillo, el ímpetu, la libertad de una juventud revolucionaria, arrolladora o insolente. Nos arrebató el conocimiento de ese desacato, irreverente y transgresor de la cultura de nuestro tiempo, y la posibilidad de debatir en la universidad, en las fábricas o en los barrios, la fuerza revolucionaria y liberadora de los procesos revolucionarios que se estaban asentando en Cuba, Vietnam, Argelia, Guinea Bissau o que emergían en Chile y en las vanguardias armadas de Uruguay, de Argentina e incluso de Euskal Herria.
Crecimos, sin muchas cosas. Sin Charlie Parker, sin Sartre, sin Simone de Beauvoir, sin la nouvelle vague, sin poetas y sólo nos dijeron lo bonito y bueno que era el sueño americano de Hollywood y el Séptimo de Caballería. Pero también abandonamos la adolescencia y nos hicimos jóvenes con la inquietud, la curiosidad, y después con el inconformismo ante cualquier pensamiento único. Los hijos de los que perdieron la guerra fuimos y somos el resultado natural de un desplazamiento ideológico que nos obligó a indagar, a preguntar, a descubrir la fuerza del hecho sencillo y maravilloso de pensar. Emma Goldman, una feminista y anarquista, a la que admiro mucho, decía: “el mayor pecado, imperdonable para la sociedad, es la independencia de pensamiento”. De ahí a la rebelión sólo hay un paso, por eso tal vez el objetivo final de toda opresión es que no se piense, porque mientras podamos pensar, no sólo existimos, como sentenció Descartes en el siglo XVII, también podemos imaginar, soñar, crear, debatir, organizarnos, enfrentarnos, rebelarnos y luchar.
Todos, en ese vivir la memoria del que habla Keruak, guardamos momentos que de alguna manera cambiaron nuestras vidas. Momentos decisivos donde tuvimos que elegir y tomar decisiones que nos exigieron lealtad durante toda la vida.
A pesar de pertenecer a la generación de Mayo del 68 con todo su debate y su explosión ideológica, los momentos políticos más importantes de mi vida se sitúan en las movilizaciones contra el Proceso de Burgos en 1970, los fusilamientos del 27 de septiembre de 1975 y, por encima de todos el 3 de Marzo de 1976, un movimiento del que aprendí y aún sigo aprendiendo mucho, como persona y como militante de la izquierda abertzale.
El 3 de Marzo de 1976 en Gasteiz, el día en el que la clase trabajadora fue masacrada por las Fuerzas de Seguridad del Gobierno español y 5 trabajadores fueron asesinados, es, en mi opinión, el hecho histórico más deliberadamente olvidado en la historia más reciente de la lucha del movimiento obrero. Lo que allí sucedió fue una muestra ejemplar de organización obrera y eso no cabe duda de que, hoy, molesta.
Es cierto que sobre el 3 de Marzo de Gasteiz, se ha hablado, se ha escrito e incluso se ha teorizado. Todos los trabajos han aportado reflexiones, necesarias e importantes al análisis histórico y social de una lucha que, aunque fuese sólo por unos días, tocó la utopía de la revolución, en su sentido más auténtico.
En Gasteiz sucedió algo que tiene que ver con ese lado de la ideología política a la que Alfonso Sastre dedicó uno de sus últimos artículos: los sueños y la imaginación en la lucha y en la construcción del futuro. Una perspectiva que escapa a los análisis formales y teóricos del quehacer político y sindical convencional, pero indispensable para entender, en su plenitud revolucionaria, el 3 de Marzo de Gasteiz.
Lo que ocurrió en Gasteiz fue la materialización de un sueño de revolución social que se fue fraguando, pasó a paso y conscientemente, en la clase trabajadora y en los sectores populares de una ciudad, sometida durante décadas a la burguesía franquista.
El cambio político y sindical que se barruntaba tras la muerte de Franco y que ya entonces se estaba discutiendo y acordando entre las fuerzas políticas que diseñaron la Transición, sin duda fue un factor de impulso. Sin embargo, las movilizaciones, las huelgas, surgieron en las asambleas, con la urgencia de cambio que desencadena la necesidad de luchar para recobrar la libertad, la dignidad y los derechos. Surgieron en la solidaridad y la unidad, dos valores implícitos en las teorías de Marx y Lenin, y que, en la práctica, se convierten en sueño y en fuerza para luchar, no sólo para mejorar un salario o cambiar un sistema sindical, sino para construir un nuevo futuro, capaz de derrotar las estructuras capitalistas.
En Gasteiz, nada se diseñó desde arriba, todo se construyó desde abajo. La organización popular y las asambleas marcaron el ritmo de la lucha y de los objetivos a conseguir.
La solidaridad ante la represión patronal fue imprevisible. Implicó a todo el mundo. A una parte de la iglesia, a los jóvenes, a las mujeres, a muchos profesionales… Las manifestaciones eran constantes. Las asambleas cada vez más numerosas, más participativas, allí se exigían derechos para todos, dignidad, igualdad y futuro también para todos. Se crearon las Comisiones Representativas que aglutinaban a todos los sectores en lucha y durante tres meses, actuaron como vanguardia de una lucha ideológica que además de dar conciencia de clase al movimiento obrero y social que estaba naciendo, generó ilusión, dio ese poder extraordinario que da a cualquier proceso o experiencia de cambio social y político, CREER O SABER que se llegará a los objetivos finales. Era el asombro de la memoria, de la certeza de que la utopía perdida, de la que tanto nos habían hablado nuestros abuelos, por fin podía ser realidad. Creo que ése fue un factor imprevisible, incluso para muchos sindicalistas, (organizados en la clandestinidad) y también un elemento decisivo en la revolución del 3 de Marzo. Lo resumiré en pocas palabras, Gasteiz fue a la huelga general del 3 de Marzo con la misma conciencia, la misma actitud, el mismo ánimo y la misma ilusión que los bolcheviques cuando tomaron el palacio de Invierno.
Pero para demostrar que la realidad, por inamovible que parezca siempre se puede transformar, quiero destacar el papel que tuvieron las mujeres en el 3 de marzo y que también ha sido silenciado
Para entenderlo, la primera pregunta que se debería hacer es: ¿quiénes eran estas mujeres? Mayoritariamente amas de casa sin ninguna experiencia organizativa ni de lucha. Unas mujeres a las que durante décadas se les había enseñado que su única contribución a la sociedad era la de mantener el papel de hija, esposa y madre. Mujeres a las que se les había educado única y exclusivamente para ser un soporte firme en la familia franquista. Y…. sin embargo, esas mujeres, ante la lucha de sus compañeros, rompieron los valores inamovibles del franquismo, se organizaron y se unieron a la lucha y el proceso les fue transformando. Se convirtieron en personas activas, valientes y con capacidad para plantear cuestiones y tomar decisiones Crearon sus propias asambleas y su propia dinámica organizativa. Su lucha y sus acciones movilizadoras visibilizaron en la calle y trasladaron a la sociedad de Gasteiz la lucha que se estaba llevando a cabo en las fábricas. Sin ellas todo hubiera sido diferente y posiblemente, sin su fuerza, muchos hombres hubieran claudicado. Dentro del 3 de marzo, las mujeres llevaron a cabo una revolución propia, que, sin duda cambio sus vidas y, lo que es más importante, su actitud ante la sociedad.
Después del 3 de Marzo, las Comisiones Representativas recogieron todos los informes, comunicados y testimonios y actas de asambleas y se editó un libro titulado, Informe Vitoria, elaborado por un grupo alternativo de trabajo. Entre todos los documentos encontré uno, escrito por una persona anónima, con una gran fuerza y coherencia ideológica, probablemente militante marxista a juzgar por sus análisis y propuestas Existe un párrafo que llamó mi atención y que apela a ese sentimiento tan adherido a los principios de la utopía marxista de cambiar el mundo. “…La experiencia más profunda de Vitoria fue la de una clase obrera que soñó con ser libre, que luchó por la dignidad del obrero y que se ilusionó con cambiar la sociedad. Y es que el sueño, la ilusión es un aspecto fundamental en la vida del hombre. Las etapas más creadoras de la historia de los pueblos coinciden con etapas de sueños de luchas por las utopías”.
Para concluir, ¿cuál es mi contribución, la idea que quisiera aportar para ayudar a construir el Socialismo del siglo XXI? Marx decía que teoría y realidad deben encontrarse y operar juntas, el teórico de poltrona es inadecuado, lo mismo que el activista que no se guía por ideas. Tiene razón, pero la experiencia del 3 de marzo, de otros procesos revolucionarios y de otras luchas liberadoras, enfrentadas al capitalismo, me han demostrado que, además de buscar la actualización crítica de otras experiencias revolucionarias bajo la estructura de la dialéctica y de la práctica de las ideas, hay que añadirles la ilusión y el convencimiento de que lo que creemos y soñamos es posible. No he conocido ningún proceso o lucha, dónde no haya existido un hombre o una mujer, que no haya defendido el sueño, no la quimera, de hacer realidad sus proyectos de transformación de la realidad. Y si eso fue y ha sido posible en otros procesos también podrá serlo ahora, porque las causas, es decir, la ofensiva global e imparable del capitalismo, y los objetivos de derrotar esa ofensiva, son los mismos.
Comparto con Nekane Jurado, en su defensa del socialismo identitario, que, reconociendo los aciertos históricos del marxismo, ningún modelo socialista puede ser trasladado ni de espacio ni de tiempo. Pero como he señalado hace unos instantes, también estoy convencida de que es importante y necesario retomar, no sólo las ilusiones filosóficas, generales y voluntaristas del socialismo utópico, sino, sobre todo y ante todo, la ilusión generada en las batallas que hemos ganado al capitalismo.
Como dijo Allende “el pueblo debe estar alerta y vigilante, debe defender sus conquistas”.Y como no me gustan las palabras adecuar o adaptar, porque implican una aceptación de lo establecido, yo hablaría de introducir esa continuidad de los objetivos y la ilusión de alcanzarlos como una cuña o vanguardia de rebeldía y audacia en la realidad actual.
En este momento de crisis, en que el capitalismo parece haber tocado fondo al mismo tiempo que busca una nueva reformulación social y política de sus teorías, también se agudiza el pensamiento único y aumenta la falta de derechos económicos de los pueblos, la miseria y la explotación. Por lo tanto, la lucha de clases, aunque más difusa que antes, vuelve a generar la necesidad de cambiar la sociedad.
Por eso creo que partiendo de las necesidades y los problemas inmediatos que la actual crisis está provocando en la clase trabajadora, en cada sector, en cada colectivo y en cada pueblo, y organizando la acción y la lucha ideológica en el tiempo y el momento que exigen nuestros problemas y luchas cotidianas y, en especial nuestra liberación nacional, podríamos confluir en un interés común (programa máximo), en una acumulación de fuerzas y rebeldías que nos lleve a un escenario de cambio para enfrentarnos al capitalismo como pueblo y como clase.
Y desde el asombro ilusionante con que, a veces, me sorprende la memoria, para terminar quiero recuperar unas palabras del discurso que pronunció Salvador Allende, después del triunfo de la Unidad Popular, el 4 de setiembre de 1970.
“El hecho de que estemos esperanzados y felices no significa que vayamos a descuidar la vigilancia…Mantendremos los comités de acción popular en actitud vigilante y responsable para responder al llamado de la Unidad Popular, para que los comités de empresas, de fábricas, de hospitales, en las juntas de vecinos, en los barrios y en las poblaciones proletarias, vayan estudiando los problemas y las soluciones. Con el esfuerzo de todos vamos hacer un gobierno revolucionario”.
El espíritu de estas palabras representa la fuerza y la ilusión de las ideas, (con todas sus diferencias e interpretaciones) de Engels, de Marx, de Lennin, Bakunin, de Emma Goldman, de Txabi Etxebarrieta, de Argala…y de todas y todos los que ayer lucharon por hacer realidad el socialismo y hoy, en Bolivia o en Venezuela y, aquí, en Euskal Herria, trabajan por desarrollar el Socialismo del siglo XXI.
Pero, quisiera que quedara clara mi idea, el espíritu de las palabras de Allende procede también del sueño, de la creatividad y la imaginación en la construcción del futuro. Representa todo el bagaje ideológico, toda la fuerza revolucionaria que, ahora, debemos recuperar para hacer frente al capitalismo y construir un futuro independiente y socialista. Y, en desacuerdo con Calderón de la Barca, no creo que los sueños se reduzcan a si mismos en la frase, “los sueños, sueños son”. LOS SUEÑOS SE CONVIERTEN Y SE CONSTRUYEN EN REALIDADES CUANDO SE LUCHA POR ELLOS. DE LO CONTRARIO, SIEMPRE VIVIREMOS LOS SUEÑOS DE LOS OTROS Y POR LO TANTO SOMETIDOS. Y para terminar quisiera dejar una frase de Ernesto Che Guevara que tal vez sintetiza el mensaje de esta intervención. ACABEMOS LO DIFICIL Y EMPECEMOS CON LO IMPOSIBLE.
Es decir, enfrentémonos y analicemos la realidad actual y comencemos a organizar la lucha ideológica en todos los ámbitos, y así derrotar, antes que después, los valores capitalistas. Una lucha ideológica y movilizadora que, en nuestro caso, nos abra el camino para una liberación nacional y social. Para conseguir la utopía final de una Euskal Herria independiente sí, pero también socialista, con todo lo que ideológicamente implica