Cada vez que sale a relucir esta masacre hay como un efecto instantáneo para pensar en Fraga como responsable de la misma, pero este ese fascista no fue el único, ni tan siquiera el mayor culpable de aquella represión terrorista.
Han trascurrido 32 años sin que se hayan depurado las responsabilidades. Ahora en el Parlamento de Gasteiz una Comisión especial analiza aquellos acontecimientos circunscribiendo su trabajo a buscar compensaciones a familiares de los cinco asesinados y a las personas heridas, es decir poniendo tiritas.
En esa Comisión se ha presentado un dictamen histórico en el que se duda de la premeditación del asalto policial al edificio eclesial de San Francisco, y de quién partió la orden para su ejecución.
Para esclarecer estos dos puntos señalan la necesidad de hacer comparecer a diferentes personas con cargos institucionales en aquellos momentos y solicitar apoyo documental en diferentes archivos y bibliotecas.
En la lista de personas no incluyen a quienes negociaban los entresijos de lo que se ha denominado transición y que entonces denominábamos “poderes fácticos”, ni a los empresarios que se mantenían en su cerrazón, ni a líderes obreros y sindicales, ni a periodistas, ni al Jefe del Estado. Por supuesto que también omiten cualquier posibilidad de encuestar o consultar a las cientos de personas que asistieron a esa masacre en directo, que participaron en el desarrollo cotidiano de las huelgas, en las negociaciones, en relaciones personales con los propios policías.
Digo esto con conocimiento de causa. Era asalariado de Forjas Alavesas desde poco más de un mes antes de comenzar las huelgas pero en mi condición de militante de la ORT (Organización Revolucionaria de Trabajadores), conocía bastante bien la situación política, social, económica del momento y a lo que nos estábamos enfrentando. Hay que recordar un dato significativo como que en septiembre de 1975, tres meses antes del comienzo de las huelgas, habían fusilado a cinco militantes vascos y antifascistas. Desde mi participación activa en las huelgas y pese a mi inexperiencia en la lucha obrera, apoyé a la comisión representativa de Forjas Alavesas y participaba en lo que se denominaba como reunión ampliada de las comisiones representativas de las fábricas en huelga.
Desde esa posición puedo asegurar que el control policial de todo lo que se movía era asfixiante. Ese control lo ejercían todos los efectivos de información de los diferentes cuerpos policiales, militares, del estado pero en perfecta relación y connivencia con los empresarios y sindicato vertical. El mejor exponente de ello es la revista “Trabajo regional” que editaba el sindicato vertical y en la que se podían leer artículos donde se daban todo tipo de detalles de la vida, actividades personales, de lucha, de la gente militante de las fábricas. Trataba por un lado de amedrentar a esta militancia, a quienes estaban a su alrededor y por otro desprestigiarles con comentarios sarcásticos, insultos, mentiras. Esta labor de agitación pasó del reparto de la revista a la edición de folletos repartidos por miles en los que se trataba de desprestigiar a los dirigentes de las huelgas. Junto a ello la labor de desprestigio de las huelgas y de sus dirigentes de la mayor parte de la prensa local. Algunos de sus redactores son muy buenos testigos de las responsabilidades de aquella masacre. Uno de ellos escribió un libro al respecto aprovechando su privilegiada atalaya junto a los poderes del momento.
La presencia policial fue incrementada desde los primeros días de las huelgas y sobre todo cuando comenzamos a organizar piquetes en las entradas de las fábricas. Curiosamente las primeras dotaciones que enviaron eran policías de zonas “poco conflictivas”. No pertenecían a dotaciones antidisturbios. Aquellos “grises” enseguida confraternizaron con muchos obreros en huelga inmigrantes de Andalucía, Extremadura o Castilla. Conocidos, familiares, de los mismos pueblos o cercanos. Eran muchas horas apostados en las puertas de la fábrica y daba mucho tiempo para hablar.
Aquello se acabó cuando les mandaron reprimir la primera marcha que se hizo de forma masiva, en diferentes columnas desde las fábricas en huelga hacia la sede del sindicato vertical. Zurraron muy fuerte y nos atraparon en un callejón sin salida. AL día siguiente en los piquetes hubo morros. A partir de esos momentos comenzaron a enviar a los de los “pañuelitos”. Si, llevaban pañuelos estilo “dandi” en el cuello, de diferentes colores y eran lo mejor de cada casa.
Estos son los que ejecutaron la matanza del 3 de marzo. A los que se les acabaron todos los pertrechos antidisturbios. Los que aprovecharon para vanagloriarse de la paliza por sus emisoras. Sabían que sintonizábamos su frecuencia manipulando nuestros receptores de FM. Podían utilizar el “punto rojo” para enmascarar sus emisiones, pero decidieron que se debía escuchar en directo su hazaña. Pero ¿todas las comunicaciones fueron abiertas, no hubo ninguna cifrada? No lo creo porque cada dotación de mando llevaba más de un equipo de radio. Es posible que algunas de las comunicaciones cifradas permanezcan grabadas.
Sobre las responsabilidades de la patronal. Es más que evidente que conocían todos y cada uno de los pasos que se daban desde los órganos del Estado. Se lo pueden preguntar a ellos. A mi me consta porque unos años después de la masacre, en plena reconversión industrial, mantuvimos una reunión del Comité de Empresa de Forjas Alavesas con los entonces accionistas mayoritarios, la familia Aguirre. Convocaron la reunión para despedirse pues el gobierno del PSOE iba a reconvertir con dinero público su empresa y para ello les había comprado las acciones. Pedro Luís Aguirre, el patriarca de la familia, nos exhortó a escucharle de seguido y sin hacer comentarios. Entonces comenzó a culparnos a los huelguistas de 1976 (una parte del Comité estaba formado por esquiroles), de la situación de crisis de la empresa, de las consecuencias de la represión (un compañero de Forjas resultó asesinado y varios más resultaron heridos de bala). Aquel energúmeno fascista se estaba vanagloriando de que habían acabado con nuestra lucha para impedir más daño del que según el estábamos contemplando en el momento de su despedida. Inmediatamente me levanté y me marché dando un portazo y el maldito fascista se quedó ordenándome de forma histérica que volviera a sentarme. No lo hice. Quisiera que el y los otros empresarios que como el conocían la orden de masacrar la asamblea del 3 de marzo de 1976 estuvieran en nuestras cabezas tanto o más que Fraga.
Tampoco debemos olvidarnos del papel en la toma de decisiones del Jefe del Estado Español de entonces y que lo es del Reino de España ahora. Nunca se disculpó por aquella matanza. Nunca se le ha podido vincular a la premeditación de aquella y otras muchas acciones semejantes que desarrollaron en una determinada situación política y con intereses claros de parar cualquier movilización popular. Pero estaba allí y no era de paso. Por mucho que a los defensores del estado de derecho este hecho les haga trizas los asientos de ese invento.
Me gustaría que dejásemos de pensar que en Fraga y tres más comienza y se acaban las responsabilidades de aquella masacre amedrentadora, terrorista, escarmentadora. Pensemos que aquella masacre interesó ejecutarla a quienes se beneficiaron de sus consecuencias. De todas sus consecuencias de las que habrá que hablar en otro momento.
Jabi Ruiz | Rebelión
Jabi Ruiz fue huelguista de Forjas Alavesas en 1976