En vísperas del 35 aniversario de la matanza del 3 de Marzo en Gasteiz, la periodista Amparo Lasheras y el veterano luchador Periko Solabarria rememoran aquellos sucesos para hacer una lectura más actualizada y, desde la distancia en el tiempo, más analítica que la inmediata, en la que prevalecen los sentimientos. De los sucesos del 3 de marzo de 1976 se recuerda por encima de todo el silencio. Un silencio brusco que de pronto se apoderó de las calles envolviendo la ciudad entera en ese ritmo desgarrado y hondo que precede a la tragedia, a la noticia de la muerte inesperada e injusta. En pocas horas, Gasteiz se convirtió en una ciudad aterrada, oscurecida por el temor y la tristeza. Parecía como si el miedo se hubiera roto en terribles secuencias de dolor, ocultando la tarde y hasta la vida en el sonido repetido y lejano de unos disparos interminables…». Estas palabras, escritas hace diez años con motivo del 25 aniversario de los asesinatos del 3 de marzo de 1976, salieron del corazón para recordar el estallido de dolor, rabia y tristeza que se apoderó de Gasteiz en las horas siguientes a la masacre de la Iglesia de San Francisco. Hoy, 35 años años después, con el recuerdo aún vivo y dolorido, lo sucedido en Gasteiz precisa y merece una lectura más actualizada que la que aportan los sentimientos pasados. El 3 de Marzo es, en nuestra opinión, el hecho más deliberadamente olvidado en la historia de los últimos 40 años. Lo que sucedió en Gasteiz fue una muestra ejemplar de autoorganización obrera. Sobre esos hechos se ha hablado, se ha escrito e incluso alguna vez se ha teorizado. Todos los trabajos han aportado reflexiones importantes en el análisis histórico y social de una lucha que, aunque fuese sólo por unos días, tocó la utopía de la revolución. En Gasteiz sucedió algo que tiene que ver con ese lado de la ideología política de la que escribe Alfonso Sastre: la importancia de los sueños y la imaginación en la lucha y en la construcción del futuro. Una perspectiva que escapa a los análisis formales y teóricos del quehacer político convencional, pero indispensable para entender, en su plenitud revolucionaria, el movimiento del 3 de Marzo. El cambio político que se barruntaba tras la muerte de Franco fue, sin duda, un factor de impulso. Sin embargo, las huelgas surgieron en las asambleas, con la urgencia de cambio que desencadena la necesidad de pelear para recobrar la libertad y los derechos. Surgieron en la solidaridad y la unidad, dos valores implícitos en las teorías revolucionarias y que, en la práctica, se convierten en sueño y en fuerza para luchar, no sólo para mejorar un salario o cambiar un sistema sindical sino para construir un nuevo futuro, capaz de derrotar las estructuras capitalistas. En Gasteiz, nada se diseñó desde arriba, todo se construyó desde abajo. La organización popular y las asambleas marcaron el ritmo de la lucha y de los objetivos a conseguir. La solidaridad ante la represión patronal fue imprevisible. Implicó a todo el mundo. Las manifestaciones eran constantes. Las asambleas cada vez más participativas. Allí se exigían derechos para todas, igualdad y futuro también para todos. Se crearon las Comisiones Representativas que aglutinaban a todos los sectores en lucha y, durante tres meses, actuaron como vanguardia de una batalla ideológica que, además de dar conciencia de clase al movimiento obrero y social que estaba naciendo, generó ilusión y dio ese poder extraordinario que da a cualquier proceso de cambio social y político, el creer o saber que se llegará a los objetivos finales. Creo que ése fue un factor imprevisible (incluso para los sindicalistas organizados en la clandestinidad) y un elemento decisivo en la revolución del 3 de Marzo. Y para demostrar que la realidad, por inamovible que parezca siempre se puede transformar, es preciso destacar el papel que tuvieron las mujeres en el 3 de Marzo, que también ha sido silenciado incluso por los movimientos feministas. Para entenderlo, la primera pregunta que se debería hacer es: ¿quiénes eran estas mujeres? Mayoritariamente amas de casa sin ninguna experiencia organizativa ni de lucha. Unas mujeres a las que durante décadas se les había enseñado que su única contribución a la sociedad era la de mantener el papel de hija, esposa y madre. Mujeres a las que se les había educado única y exclusivamente para ser un soporte firme en la familia franquista. Y, sin embargo, esas mujeres, ante la huelga de sus compañeros, rompieron los valores inamovibles del franquismo, se organizaron, se unieron a la lucha y el proceso les fue transformando. Se convirtieron en personas activas, valientes y con capacidad para plantear cuestiones y tomar decisiones. Crearon sus propias asambleas y su propia dinámica organizativa. Su trabajo y sus acciones movilizadoras visibilizaron en la calle y trasladaron a la sociedad de Gasteiz la lucha que se estaba propagando en las fábricas. Sin ellas todo habría sido diferente y posiblemente sin su fuerza muchos hombres habrían claudicado. Dentro del 3 de Marzo, las mujeres llevaron a cabo una revolución propia que cambió sus vidas y, lo que es más importante, su actitud ante la sociedad. Marx decía que teoría y realidad deben encontrarse y operar juntas. El teórico de poltrona es inadecuado, lo mismo que el activista que no se guía por ideas. Tiene razón, pero la experiencia del 3 de Marzo y de otras luchas liberadoras enfrentadas al capitalismo nos han demostrado que, además de buscar la actualización crítica de otros procesos revolucionarios bajo la estructura de la dialéctica y la práctica de las ideas, hay que añadir la ilusión y el convencimiento de que lo que creemos y soñamos es posible. No se conoce ningún proceso o lucha donde no haya existido un hombre o una mujer que no haya defendido el sueño, no la quimera, de hacer realidad sus proyectos de transformación de la realidad. Y si fue posible antes, también podrá serlo en la actualidad. Como dijo Allende, «el pueblo debe estar alerta y vigilante, debe defender sus conquistas». Tal vez porque creemos en esas palabras, reivindicamos la necesidad de introducir la continuidad de los objetivos y la ilusión de alcanzarlos como una cuña o vanguardia de rebeldía y audacia en la realidad actual. Las causas, es decir, la ofensiva global e imparable del capitalismo y la necesidad de derrotar esa ofensiva son las mismas, persisten en el tiempo. En este momento de crisis, en que el capitalismo parece tocar fondo al mismo tiempo que busca una nueva reformulación social y política de sus teorías, también se agudiza el pensamiento único y aumenta la falta de derechos económicos de los pueblos, la miseria y la explotación. Por lo tanto, la lucha de clases, aunque más difusa que antes, vuelve a generar la necesidad de cambiar la sociedad. Por eso creemos que, partiendo de las necesidades y los problemas inmediatos que la actual crisis está provocando en la clase trabajadora, en cada sector, en cada colectivo y en cada pueblo; organizando la acción y la lucha ideológica en el tiempo y el momento que exigen nuestros problemas y reivindicaciones cotidianas, podríamos confluir en un interés común, en una acumulación de fuerzas y rebeldías que nos lleve a un escenario de cambio para enfrentarnos al capitalismo como pueblo y como clase. El olvido individual o colectivo no existe, se fabrica o se impone. Como sucedió con el alzamiento militar del 36 y los crímenes franquistas, con el 3 de Marzo no sólo se ha intentado suprimir la verdad y el horror de los hechos. Se ha pretendido borrar y olvidar el fundamento de esa lucha. La razón de la utopía. Ahora, 35 años después, estamos convencidos de que es urgente retomar la ilusión generada en las batallas que hemos ganado al capitalismo. Así, el recuerdo de Romualdo, Pedro, Francisco, José y Bienvenido, y el de otros trabajadores asesinados en otros lugares de Euskal Herria, del Estado y del mundo permanecerá vivo en el corazón, en las ideas y en la lucha siempre necesaria de la clase trabajadora vasca. Como escribió Miguel Hernández, «una gota de pura valentía/ vale más que un océano cobarde».
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